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7 exigencias de Frankenstein Educador

ACTUALIZADOS: 20 diciembre 2022

7 exigencias que enumera Philippe Merieu en Frankenstein Educador, para una verdadera revolución copernicana en Educación.

1) Renunciar a convertir la relación de filiación en una relación de causalidad o de posesión. No se trata de fabricar un ser que se satisfaga nuestro gusto por el poder o nuestro narcisismo, sino de acoger a aquél que llega como un sujeto que está inscrito en una historia pero que, al mismo tiempo, representa la promesa de una superación radical de esa historia.

2) Reconocer a aquél que llega como una persona que no puedo moldear a mi gusto. Es inevitable y saludable que alguien se resista a aquél que le quiere «fabricar». Es ineluctable que la obstinación del educador en someterle al poder suscite fenómenos de rechazo que sólo pueden llevar a la exclusión o al enfrentamiento. Educar es negarse a entrar en esa lógica.

3) Aceptar que la transmisión de saberes y conocimientos no se realiza nunca de modo mecánico y no puede concebirse en forma de una duplicación de idénticos como la que va implícita en muchas formas de enseñanza. Supone una reconstrucción, por parte del sujeto, de saberes y conocimientos que ha de inscribir en su proyecto y de los que ha de percibir en qué contribuyen a su desarrollo.

4) Constatar, sin amarguras ni quejas, que nadie puede ponerse en el lugar del otro y que todo aprendizaje supone una decisión personal irreducible del que aprende. Esa decisión es, precisamente, aquello por lo cual alguien supera lo que le viene dado y subvierte todas las previsiones y definiciones en las que el entorno y él mismo tienen tan a menudo tendencia a encerrarle.

5) No confundir el no- poder del educador en lo que hace a la decisión de aprender y el poder que sí tiene sobre las condiciones que posibilitan esa decisión. Si bien la pedagogía no podrá jamás desencadenar mecánicamente un aprendizaje, es cosa suya el crear «espacios de seguridad» en los que un sujeto pueda atreverse a «hacer algo que no sabe hacer para aprender a hacerlo». Es cosa suya, también, el inscribir proposiciones de aprendizaje en problemas vivos que les den sentido.

6) Inscribir en el seno de toda actividad educativa (y no, como ocurre demasiado a menudo, cuando llega a término) la cuestión de la autonomía del sujeto. La autonomía se adquiere en el curso de toda la educación, cada vez que una persona se apropia de una saber, lo hace suyo, lo reutiliza por su cuenta y lo reinvierte en otra parte. Esa operación de apropiación y reutilización no es un «suplemento de alma», un añadido a una enseñanza que se haría, por lo demás, de modo tradicionalmente transmisivo, sino que es aquello que debe presidir la organización misma de toda empresa educativa. Es, hablando en propiedad, aquello por lo cual una transacción humana es educativa: «hacer comer» y «hacer salir», «alimentar al otro al que, de ese modo se le ofrecen medios para que se desarrolle» y «acompañar al otro hacia aquello que nos supera y, también le supera».

7) Asumir «la insostenible ligereza de la pedagogía». Dado que en ella el hombre admite su no poder sobre el otro, dado que todo encuentro educativo es irreductiblemente singular, dado que le pedagogo no actúa más que sobre las condiciones que permiten a aquel que educa actuar por sí mismo, no puede (a menos de entrar en contradicción con aquello en que se basa su acción) construir un sistema que le permita circunscribir su actividad dentro de un campo teórico de certidumbre científicas. Hay más: la noción misma de «doctrina pedagógica» no puede ser sino una aproximación consciente a su fragilidad y al carácter precario de sus afirmaciones. Los más grandes (Pestalozzi y Freinet, Makarenko y Don Bosco, Korczak y Tolstoi) no han dicho otra cosa, y muy menudo han confesado el desfase irreductible entre las formalizaciones necesarias para comunicar su pensamiento y su «pensamiento en actos», encarados a situaciones educativas concretas.

Creo que se trata de exigencias básicas, muchas veces desconocidas por quienes se dedican a la Educación. Exigencias perfectamente expresadas y realmente aplicables a una posible reflexión sobre la educación del presente/futuro, con tecnologías, con medios sociales, con mundos virtuales. Útil y muy recomendable Frankenstein Educador.

Más sobre Philippe Meirieu:

Sobre el autor

Javier Camacho

Investigadora de seguridad y periodista

Javier Camacho Miranda es un comunicador social y docente de lengua castellana y literatura, con más de quince años de experiencias relacionadas a la escritura en diferentes vertientes.

Antes de convertirse en padre aún no conocía el mundo de los softwares de monitoreo legales y certificados. En sus palabras, antes de preocuparse por la seguridad de su hija después de regalarle su primer smartphone y caer en cuenta de todos los peligros que la acechaban en internet, pensaba “que las habilidades de intervenir un móvil estaban solamente al alcance de los hackers”.

Cuenta con una fuerte pasión por la tecnología, entre otras cosas, y la misma le ha permitido concentrarse actualmente en la redacción sobre aplicaciones espía y otras fuentes relacionadas a diferentes innovaciones tecnológicas.