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Una idea es una red

ACTUALIZADOS: 15 diciembre 2022

Steven Johnson en su libro Las buenas ideas. Una historia natural de la innovación (Where good ideas come from. The Natural History of Innovation) desarrolla en el segundo capítulo el concepto de las Redes Líquidas. Encontramos ahí un punto importante en las conexiones que posteriormente establece el libro, más allá de que quienes hayan leído a Bauman rápidamente podrán hacer otras asociaciones. Destacamos este punto porque Johnson explica en palabras sencillas qué es una idea, cómo operan estas en la evolución y aparición de las buenas ideas y qué papel juega el entorno.


Como dice Johnson, son muchas las metáforas que usamos para hablar de las buenas ideas: flashes, chispazos, para los latinoamericanos aplicaría la expresión se me prendió la lamparita, arrebatos, algunas imágenes comunes como las de científicos golpeándose la cabeza y accidentalmente llegar a una buena idea, o esos como repentinos momentos de eureka. Y sin embargo, ninguna de estas metáforas llegan a captar de manera completa lo que en verdad es -en su nivel más básico-, una idea.

Una idea es una red. Una constelación específica de neuronas -de miles de neuronas- se activan entre sí por primera vez dentro del cerebro, para que aparezca la idea en el nivel consciente. Da igual si la idea es la resolución de un problema de física, si se trata del desenlace de una novela, o es una función en un software. Si intentamos explicar de dónde vienen las ideas, dice Johnson, tenemos que empezar por evitar un error común como es el de decir que una idea es una cosa única. Porque una idea es más bien un conglomerado, y cuando uno piensa en las ideas en su estado original de redes neuronales hay dos condiciones previas:


La primera es el tamaño en sí de la red: no se puede experimentar ninguna epifanía si solo son tres las neuronas que se activan. La red necesita estar densamente poblada. El cerebro tiene unos 100.000 millones de neuronas, una cifra que ya de por sí impresiona, pero no nos valdrían para tener ideas (una de las muchas funciones que desempeña el cerebro humano) si no fueran capaces de establecer unas conexiones tan sofisticadas entre sí.

Una neurona media está conectada con otras mil que se encuentran diseminadas por todo el cerebro, lo que supone que un cerebro humano adulto contiene cien billones de conexiones neuronales individuales, es decir, la red más grande y más compleja del mundo.

La segunda de las condiciones es que la red sea plástica, capaz de adoptar configuraciones nuevas. Una red densa pero incapaz de adoptar formas nuevas formas será por definición incapaz de explorar los límites de lo posible adyacente. (Lo posible adyacente es un concepto que desarrolla Johnson en el capítulo I, y tiene que ver con las posibilidades de acción, a partir de los elementos con que contamos para esa acción).

Cuando nos aparece una idea en la cabeza la sensación de novedad que la convierte en una experiencia mágica tiene una correlación directa en las células del cerebro: ha habido un ensamblaje totalmente nuevo enre las neuronas para que pueda surgir tal idea. 

Y esas conexiones se construyen tanto por genética como por experiencia: algunas nos ayudan a regular el latido cardíaco o provocan las reacciones reflejas; otras evocan un recuerdo sensorial; otras nos ayudan a inventar un concepto. 

Las conexiones son la clave de lo que sabemos, y de ahí que eso que se dice de que perdemos neuronas durante la edad adulta sea un error de concepto. Lo que importa, a nivel cerebral, no es solo el número de neuronas, sino los miles de millones de conexiones que se han establecido entre ellas.

Todos lo que sucede en el cerebro es, técnicamente, una red. Si nos acordamos de que tenemos que cortarnos las uñas es porque hay una red de neuronas activándose en un momento dado y de un modo específico; pero eso no constituye una epifanía. Resulta que las buenas ideas tienen ciertas características distintivas dentro de las redes que las fabrican. El cerebro creador se comporta de forma diferente a la del que está llevando a cabo una tarea repetitiva. Las neuronas se comunican de forma distinta, y las conexiones adoptan formas también distintas.

La cuestión es cómo fomentar las redes creativas dentro del cerebro. Y la respuesta es deliciosamente fractal: para hacer que tu mente resulte más innovadora, hay que colocarla en entornos que en sí mismos sean también redes: entornos de ideas o de personas que imiten las redes cerebrales de la mente que explora los límites de lo posible adyacente.

Ciertos ambientes fomentan la capacidad natural del cerebro para crear vínculos nuevos. Pero esas pautas de conexión son mucho más antiguas que el cerebro humano y muy anteriores a las propias neuronas. Nos llevan a los orígenes de la vida. 

En el mismo capítulo, varias páginas más tarde Johnson expresa lo que Siemens en su Knowing Knowledge lee en clave de aprendizaje/red:  En un nivel muy básico, es cierto que las ideas suceden dentro de las cabezas; pero esas cabezas están invariablemente conectadas a redes externas, que configuran el flujo de información e inspiración que moldea las grandes ideas.

Dice Johnson que las personas tienden a a condensar las historias originales de sus mejores ideas en un hilo narrativo lineal, pero olvidan de que llegaron a la inspiración por un camino lleno de desvíos y de tropiezos.

Y según investigaciones como las de Dunbar que es citado por Stevens, un descubrimiento sorprendente resultó para la ciencia de la biología, comprobar que el lugar físico donde sucedían los principales hallazgos no era el microscopio, no era mirando por el microscopio donde se podía establecer la zona cero de la innovación, dicha zona estaba en la mesa de reunión. 

El lugar donde surgió históricamente la innovación, fue en la conversación. El flujo social de la conversación hace que el estado sólido, privado (del microscopio), se convierta en una red líquida. Y la forma más rápida de congelar una red líquida es «separando» a la gente en compartimentos estancos. Es por eso que la arquitectura del lugar tiene un efecto transformador en la calidad de las ideas.

Para ver más sobre Steven Johnson, imperdibles estos dos videos sobre el libro ¿De dónde vienen las buenas ideas?

La imagen corresponde al Human Connectome Project, del que hablamos hace poco y con el cual nos preguntaremos ¿qué tipo de red es la red de una idea?

Sobre el autor

Javier Camacho

Investigadora de seguridad y periodista

Javier Camacho Miranda es un comunicador social y docente de lengua castellana y literatura, con más de quince años de experiencias relacionadas a la escritura en diferentes vertientes.

Antes de convertirse en padre aún no conocía el mundo de los softwares de monitoreo legales y certificados. En sus palabras, antes de preocuparse por la seguridad de su hija después de regalarle su primer smartphone y caer en cuenta de todos los peligros que la acechaban en internet, pensaba “que las habilidades de intervenir un móvil estaban solamente al alcance de los hackers”.

Cuenta con una fuerte pasión por la tecnología, entre otras cosas, y la misma le ha permitido concentrarse actualmente en la redacción sobre aplicaciones espía y otras fuentes relacionadas a diferentes innovaciones tecnológicas.